Desde mi ventana observo como todo se mueve. A distintas velocidades. Con
cadencias diferentes. Y no obstante permanece estancado en una quietud sobria y
atemporal.
Todo parece cimbrearse, oscilar mecido bajo el influjo de una brisa
invisible, danzando al compás de una tonada inaudible que se repite una y un
millón de veces desde el albor de los tiempos.
Desde mi ventana percibo una fuerza etérea, sutil e incombustible que
insufla vida a la Nada más absoluta,
generando la ingente energía que mueve los gigantescos engranajes que componen
Lo Que Es y Lo Que No Es. La magia escapa a raudales de ese enorme sombrero de
copa que esconde la colosal mano enguantada que gira las ruedas, que mueve los
hilos, que teje el delicado camino de seda del Acontecer.
Desde mi ventana veo como gira el universo, como las galaxias lloran
brillantes estrellas, como las constelaciones da a luz a rojos soles candentes,
como la magia de los Dioses, los antiguos y los modernos, se desparrama por
millones de mundos desde el futuro, atravesando el presente como un enorme
torbellino de fuego y fundiéndose en un pasado que nunca ha sucedido.
El tiempo se dobla en un extraño bostezo que confunde a su implacable
guardián, cobijado bajo la abultada sombra que proyecta el inmenso reloj de arena,
perdido bajo sus pavorosas y retorcidas manecillas que giran y giran obstinadas
en sentido equivocado como un molino de viento enloquecido en una carrera
perdida de antemano.
Desde mi ventana veo mundos que se crean y fenecen, inviernos sin fin y baldíos
y yermos veranos que se prolongan durante eones, civilizaciones que florecen y
se extinguen, engullidas en su propia soberbia, arrastradas por su propio
vómito putrefacto y ladino. Veo el tiempo deslizarse por su pátina cromática,
bailando en pañales desde el vigoroso oro cobalto al encorvado y nostálgico
magenta.
Desde mi ventana observo como el árbol de la vida crece y crece, como sus
enormes raíces se expanden, perforando la arena ennegrecida, ahondando en la
mente de la humanidad, de todas las humanidades. El árbol se estira en pos de
un azul imposible, inalcanzable, regado por el sufrimiento de millones de almas
que aúllan en la luminosa oscuridad que envuelve la muerte.
Desde mi ventana abro la puerta y viajo sin desplazarme, veo sin ojos, toco
sin manos, sueño despierto, hasta despisto a mi sombra por un instante.
Desde mi ventana escucho el tañido de lejanas campanas, el ronco murmullo
de Dios, el susurro conspiratorio de los bosques, el aturullado parloteo de los
angostos y serpenteantes arroyos, el latido del alma universal.
Desde mi ventana creo sin querer, sin saber, apenas consciente de todo mi
poder, diseminando aquí y allá diminutas perlas negras sobre el blanco tapiz
del destino. El orden y el caos se confunden, la luz hiere la oscuridad, el
abajo usurpa el vecino reino del arriba, la verdad más dulce se envenena en la
peor mentira mientras el nunca habilita el peor siempre posible bajo el
infausto hechizo del malvado jamás.
Desde mi ventana lanzo al vuelvo doradas palomas mensajeras portando mis
palabras, esperando que alguien las recoja, que alguien las cuide, que alguien
las plante o les dé cobijo bajo sus alas.
Desde mi ventana se escapan los sueños, los temores, los llantos, las
alegrías, los miedos, los años.
Desde mi ventana no puedo dejar de contemplar vuestros hermosos rostros
bañados en el púrpura estanque en el que refresca la luna, cuyas aguas turquesa
se empañan por la nube de meteoritos que llora desconsoladamente la bóveda
celestial mientras sonríe, feliz al fin.
Y pienso en todo lo bello y aterrador; en la inabarcable e intimidadora
multitud de sentimientos, emociones, experiencias y recuerdos que se apelotonan
en mi mente y que confluyen en una extraña y por momentos incómoda amalgama que
palpita bajo mi pecho. Un apéndice cosido a las paredes de mi alma que se
confunde y se funde con mi propia esencia. Una vieja mochila que se esparcirá
por todo el cosmos el día que mi llama se apague, compartiendo todo lo vivido
con el millar de voces anhelantes que esperan en la negrura eterna.
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