El motivo

Aunque me produce satisfacción el solo hecho de escribir me gustaría pensar que aquello que creo sirve, al menos, para entretener a otros. Si, además, soy capaz de transmitir algo, despertar algún sentimiento en quien lo lee, me doy por más que pagado, puesto que la auténtica satisfacción radica en compartir.

jueves, 8 de septiembre de 2016

DESDE MI VENTANA

Desde mi ventana observo como todo se mueve. A distintas velocidades. Con cadencias diferentes. Y no obstante permanece estancado en una quietud sobria y atemporal.  
Todo parece cimbrearse, oscilar mecido bajo el influjo de una brisa invisible, danzando al compás de una tonada inaudible que se repite una y un millón de veces desde el albor de los tiempos.
Desde mi ventana percibo una fuerza etérea, sutil e incombustible que insufla vida a la Nada  más absoluta, generando la ingente energía que mueve los gigantescos engranajes que componen Lo Que Es y Lo Que No Es. La magia escapa a raudales de ese enorme sombrero de copa que esconde la colosal mano enguantada que gira las ruedas, que mueve los hilos, que teje el delicado camino de seda del Acontecer.
Desde mi ventana veo como gira el universo, como las galaxias lloran brillantes estrellas, como las constelaciones da a luz a rojos soles candentes, como la magia de los Dioses, los antiguos y los modernos, se desparrama por millones de mundos desde el futuro, atravesando el presente como un enorme torbellino de fuego y fundiéndose en un pasado que nunca ha sucedido.
El tiempo se dobla en un extraño bostezo que confunde a su implacable guardián, cobijado bajo la abultada sombra que proyecta el inmenso reloj de arena, perdido bajo sus pavorosas y retorcidas manecillas que giran y giran obstinadas en sentido equivocado como un molino de viento enloquecido en una carrera perdida de antemano.
Desde mi ventana veo mundos que se crean y fenecen, inviernos sin fin y baldíos y yermos veranos que se prolongan durante eones, civilizaciones que florecen y se extinguen, engullidas en su propia soberbia, arrastradas por su propio vómito putrefacto y ladino. Veo el tiempo deslizarse por su pátina cromática, bailando en pañales desde el vigoroso oro cobalto al encorvado y nostálgico magenta.
Desde mi ventana observo como el árbol de la vida crece y crece, como sus enormes raíces se expanden, perforando la arena ennegrecida, ahondando en la mente de la humanidad, de todas las humanidades. El árbol se estira en pos de un azul imposible, inalcanzable, regado por el sufrimiento de millones de almas que aúllan en la luminosa oscuridad que envuelve la muerte.
Desde mi ventana abro la puerta y viajo sin desplazarme, veo sin ojos, toco sin manos, sueño despierto, hasta despisto a mi sombra por un instante.
Desde mi ventana escucho el tañido de lejanas campanas, el ronco murmullo de Dios, el susurro conspiratorio de los bosques, el aturullado parloteo de los angostos y serpenteantes arroyos, el latido del alma universal.
Desde mi ventana creo sin querer, sin saber, apenas consciente de todo mi poder, diseminando aquí y allá diminutas perlas negras sobre el blanco tapiz del destino. El orden y el caos se confunden, la luz hiere la oscuridad, el abajo usurpa el vecino reino del arriba, la verdad más dulce se envenena en la peor mentira mientras el nunca habilita el peor siempre posible bajo el infausto hechizo del malvado jamás.
Desde mi ventana lanzo al vuelvo doradas palomas mensajeras portando mis palabras, esperando que alguien las recoja, que alguien las cuide, que alguien las plante o les dé cobijo bajo sus alas.
Desde mi ventana se escapan los sueños, los temores, los llantos, las alegrías, los miedos, los años.
Desde mi ventana no puedo dejar de contemplar vuestros hermosos rostros bañados en el púrpura estanque en el que refresca la luna, cuyas aguas turquesa se empañan por la nube de meteoritos que llora desconsoladamente la bóveda celestial mientras sonríe, feliz al fin.
Y pienso en todo lo bello y aterrador; en la inabarcable e intimidadora multitud de sentimientos, emociones, experiencias y recuerdos que se apelotonan en mi mente y que confluyen en una extraña y por momentos incómoda amalgama que palpita bajo mi pecho. Un apéndice cosido a las paredes de mi alma que se confunde y se funde con mi propia esencia. Una vieja mochila que se esparcirá por todo el cosmos el día que mi llama se apague, compartiendo todo lo vivido con el millar de voces anhelantes que esperan en la negrura eterna.


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