Cuando alguien parte siempre queda un vacío.
El que deja esa presencia que ya no está.
Imposible de sustituir en toda su esencia, con sus virtudes y sus defectos,
con sus claros y sus oscuros; imposible de paliar, de reemplazar.
Y ese vacío es como una fea cicatriz en nuestra alma, en nuestro corazón,
en nuestra mente. El imborrable testimonio de una herida que llevaremos ya
siempre con nosotros como el recordatorio de lo que fue y ya no será.
El tiempo solo mitiga el dolor, alisando las aristas de esa cicatriz. Pero
los recuerdos, las memorias y las vivencias permanecen en ese vacío, bajo la
herida, en lo más hondo de nuestro ser. Porque la vida continúa. Pero ya no es
la misma vida. Es otra. Es diferente.
Con cada ausencia se va también una parte de nosotros para no volver. Con
cada partida se desgaja un pedazo de nuestra alma. Con cada marcha muere un
poco de nosotros.
Se lo lleva el que se va. Aquel que ha andado con nosotros. Es parte de su
equipaje. Y así debe ser. Es justo. Se lo debemos.
Poco importa que se haya subido a nuestro autobús en la parada anterior o
lo haya hecho al inicio del recorrido.
Nuestro corazón no entiende de distancias. Él siempre se entrega al 100%. Él
siempre lo da todo, sin reservar nada, sin esconder nada.
Nunca es buen momento para irse.
Nunca lo es para despedirse.
Tanto da que el que se va sea una persona o un animal de compañía. La
pérdida, el vacío y la ausencia no va en proporción al tamaño.
Venimos para irnos, pero nuestra cabeza y nuestro corazón parecen no
entenderlo y se aferran con tenacidad a ese imposible, a esa quimera, a ese
absurdo; incapaces de entender la brutal simplicidad de esa implacable
sentencia.
Somos incapaces de entender que sólo puede haber vacío dónde antes hubo
algo.
Amor, ternura, afecto, tiempo compartido, juegos, caricias,…. la lista es
infinita.
Cuanto más hondo es el vacío, más grande es la cicatriz, más profundo es el
vínculo y más larga la lista.
Cuánto más se ha querido más se ha perdido, porque no podemos perder
aquello que no hemos tenido antes.
Así que alegrémonos por haber tenido la suerte de haber recibido este
precioso regalo, de haber disfrutado de él, de haber compartido nuestro
trayecto aunque haya sido por un breve espacio de tiempo. Porque en nuestra
mano no está decidir cuando parte el tren, pero sí cómo y con quien realizar el
viaje.