Este año los preparativos de Navidad han empezado antes de lo habitual.
Aun así, se
me ha hecho larga la espera. Más que otras veces.
Me gusta la Navidad.
Es mi época preferida. Siempre lo ha sido.
El árbol, el
belén, los regalos, las guirnaldas, las bolas de colores, el muérdago, …
Y ese
nerviosismo mal contenido en niños y adultos, esa sensación de que todo puede
pasar, de que todo es posible, de que la magia existe.
Ojalá nieve.
Me encanta la
nieve. Su cálida y limpia blancura, su mullida esponjosidad, su confortable
palidez. Me siento a gusto en ella.
Se acerca la
pequeña Margaret.
Me sonríe.
Acaricia el
cristal de mi prisión transparente, toma la bola en sus manos y la agita tres
veces, con fuerza, antes de depositarme de nuevo en la repisa.
La nieve
empieza a caer copiosamente.
Lágrimas brotan
de mis ojos oscuros y resbalan por mis blancas mejillas. Alguna se enreda en mi
enorme nariz naranja.
―Disfruta de
la nevada Berni, viejo amigo ―susurra Margaret.
Y yo no puedo
ser más feliz.
Y la nieve
sigue cayendo mientras ella se aleja.
Sí.
Definitivamente van a ser unas buenas navidades.