Lágrimas surcan mi rostro camino
de una muerte segura. Y sin embargo siguen manando sin inmutarse, atropelladamente,
sin control, sin absurdos lamentos. Y parece que yo no tenga ningún control
sobre ello. La hemorragia salada no se detiene, es ahora una horda de guerreros
suicidas, un torrente de vidas desechadas, malgastadas.
No entiendo que sucede conmigo,
con mi cuerpo, con mi alma, con la pléyade de sentimientos y sensaciones que desbocan
mi corazón y parecen alzar mi cuerpo que, de alguna manera, pierde consistencia
y flota, ingrávido, mecido por la tormenta que se desencadena bajo la delgada
capa de piel que apenas sostiene el caos que reina en su interior.
Sigo llorando desconsoladamente. Sin
saber por qué o por quién.
Sigo llorando mientras sonrío.
Sigo llorando mientras me embarga
una sensación de paz indescriptible, casi dolorosa, de una fuerza y potencia
irrefrenables que está a punto de derribarme y arrastrarme con ella. Es una
vibración, una pulsión que emana desde dentro y desde fuera a un tiempo. Una
sombra que se desplaza y me posee, y me envuelve en su cálido manto aterciopelado
que huele a rosas, jazmines e incienso. Es como un trozo de Dios (de todos los
Dioses) que se funde con mi esencia, se mezcla con mi sangre, se cuela en mis
células y me cambia, me transforma, me mejora.
Y tomo consciencia de que nada es
lo que parece. De que nunca lo ha sido. Y miro con otros ojos en derredor y los
colores parecen diferentes ahora, más vivos, más llamativos, más atractivos,
emanando, de alguna forma, de su imagen más primaria y peregrina con la que me
sentía confortable. Y escucho con otros oídos, y huelo y siento con renovado
olfato y sentidos. Y la vida se muestra como no lo ha hecho hasta ahora. Se
despoja de su velo gris, de su luto perpetuo y me descubre un avance de lo que
puede llegar a ser.
Y tomo consciencia de mi propia
pequeñez y grandeza a la vez, de mi única singularidad y pertenencia a un todo
al mismo tiempo, de mi ignorancia y sabiduría, de mi estupidez y mezquindad y
mi generosidad sin límites. Tomo consciencia del poder y la luz que anidan en
mi interior, y que siempre han estado allí, esperando a que los dejara salir.
Tomo consciencia de todo lo que he aprendido y desaprendido por el camino, de cómo
he malgastado el tiempo en minucias sin sentido descuidando lo esencial, de cómo
el aura que nos envuelve se marchita si no se riega. Tomo consciencia de lo que
soy, he sido y seré.
Y cuando casi soy capaz de
entenderlo, de asimilarlo, el interruptor se apaga. Et torbellino interior se
detiene, dejando un cálido eco que reverbera en las profundidades de mi
corazón, calentando mi alma con los rescoldos del fuego celestial que me ha poseído.
Y sigo llorando por mí. Por
todos. Para agotar el sufrimiento. Para que los sueños se cumplan. Para que los
malos momentos se pierdan en el olvido. Para que otros no tengan que llorar.
Y sigo llorando con el corazón
henchido de gracia y amor.
Y todo continúa moviéndose. Y yo,
por fin, me muevo también con el todo.