sábado, 25 de abril de 2020

LA MÁS ILÓGICA DE TODAS LAS LÓGICAS


Supongo que se me escapa algo. Muchos algos seguramente.
La situación actual es nueva para todos nosotros y abre un amplio y sombrío abanico de incertidumbres a muchos niveles ante cuál parece solo quedar una alternativa cabal y segura: aferrarnos al pasado, a esa normalidad que estamos deseando retomar a toda costa, a esos hábitos y rutinas de nuestras insignificantes existencias que quizás no nos llenaban e incluso queríamos cambiar no hace tantos días atrás.
Teorías conspiratorias acerca de los orígenes del virus, críticas a las medidas de este o aquel otro gobierno, negras previsiones económicas, la mano de los alienígenas, la Tierra que se revela ante nuestro continuos y reiterados excesos,…. miedo, dudas, temor.
De pronto hemos perdido el control de nuestras vidas, si es que alguna vez lo hemos tenido realmente.
Y no hemos sido los únicos. Los dirigentes de países y naciones andan también perdidos, desconcertados, sobrepasados por la inesperada caída de un orden labrado para el único disfrute de unos pocos (políticos, burócratas, lobbies y élites dominantes). Ellos también han perdido el control y poco a poco van perdiendo también su autoridad y legitimad, al mismo ritmo que perdemos la escasa fé que en ellos nos pudiera quedar.
Y lo peor: no hay soluciones milagrosas. No hay pócimas salvadoras. Empezamos a temer que el Séptimo de Caballería no aparecerá en el último instante a nuestro rescate.
Nuestra vida (y quien sabe si nuestro modelo de vida) se ha visto seriamente afectado. Peligra lo que considerábamos inmutable, inalterable. El espejo de la insidiosa y obstinada realidad nos revela nuestra enorme fragilidad.
¿Qué nos queda pues?
Volver a un pasado que aunque malo es mil veces mejor que el presente actual y que el más gris de los futuros descritos por gurús y agoreros.
Así, nos afanamos por convertir el confinamiento en una extensión de ese pasado en formato reducido, descafeinado y concentrado en espacio y tiempo, un sucedáneo que nos deja insatisfechos. Teletrabajo, rutinas de ejercicios, deberes y clases, videoconferencias con familiares amigos y terapeutas, paseos con el perro,… son pálidos sustitutos de tantos cafés, aperitivos, comidas, sobremesas, gintonics y demás. Nos abandonamos a un sinfín de pequeños rituales con la esperanza de vivir de alguna manera el tiempo pasado, no vaya a ser que nos olvidemos de cómo eran las cosas antes. De cómo éramos antes.
Y así, empezamos a resignarnos a unas vacaciones sin ir al pueblo, a que los niños no vuelvan ya este curso a la escuela, a un largo y caluroso verano sin playas ni piscinas y a no perder el trabajo en el mejor de los casos. Pero solo hasta que todo esto pase. Hasta que volvamos a la normalidad.
Solo que el virus pasará pero su larga sombra va a cambiar mucho más de lo que probablemente seamos capaces de ver incluso hoy, dejando tras de sí una nueva realidad, una nueva normalidad, que sin duda será diferente de la pasada. Que sea peor o mejor está en nuestra mano. En las manos de todos.
Algunos quieren ver en todo esto una oportunidad, la posibilidad de redimirnos, de cambiar, de mejorar. Ya no solo a nivel individual sino a nivel planetario.
Ojalá sea así. Y ojalá aprovechemos este lienzo en blanco, este regalo para hacer las cosas de otra forma, para ser de otra manera, para de verdad construir y crear algo que valga la pena o, cuando menos, acercarnos a nuestros sueños.
Y para ello debemos no solo asumir que la antigua normalidad no volverá, sino abrazarnos a esta nueva, incierta y aterradora puerta que se nos abre y traspasar su umbral con confianza.
Puesto que la normalidad pasada es el agua de un río que ya no volverá.
Y querer apresarla con nuestras manos desnudas para retenerla es la más ilógica de todas las lógicas.


sábado, 11 de abril de 2020

ES HORA DE VOLVER


Supongo que es hora de volver. 
La realidad es que nunca debería haberme ido. Al menos no del todo. Ni por tanto tiempo. Lo siento en cada poro de mi piel, en cada célula de mi organismo, en cada latir de mi corazón.
Nunca debería haber desertado de aquello que soy, de aquello que me es propio.
Nunca debería haberme dado por vencido, permitiendo que el tiempo me robara mi esencia, que las preocupaciones me arrebataran la ilusión, que la rutina se llevara estos momentos preciosos.
Pero las cosas no siempre discurren como queremos. La vida es un obstinado compañero de viaje, con su propia e inescrutable lógica.
Nunca debí colgar la estilográfica por tanto tiempo, dejando palabras en el tintero, renglones torcidos y párrafos inconclusos.
Nunca debí alejarme de mi propia sombra.
Ahora lo veo. Ahora lo sé.
La vida es un maestro implacable y se ha encargado de recordarme ese pequeño vacío en mi interior.
Toca aprender. Otra vez. Siempre.
Nunca acabamos de aprender. Aunque no queramos. Aunque se nos olvide.
Es la única manera de avanzar.
Y ahora, en mitad de esta tormenta exterior, ese miembro amputado me recuerda su ausencia.
En estos tiempos extraños dónde toca replantearse cosas es cuando quizás debamos retomar nuestro auténtico camino, nuestro propio sendero, nuestra razón de ser.
Y para mi escribir forma parte de este camino.
No tengo todas las respuestas. Apenas si el marco de un enorme puzle de un millón de piezas.
Diría que, al contrario, tengo más preguntas. Y dudas. Y opiniones que vienen y van. Y mutan. Y cambian.
Pero eso no importa.
Solo importan los momentos vividos con intensidad.
Solo importan los instantes compartidos.
Solo importa lo que hemos dado, lo que hemos llorado, lo que hemos vivido.
Y todo aquello que nos hace dejar de ser nosotros mismos y trascender para ser algo más, algo mejor, algo más completo. Algo que hace que nos sintamos en paz, en harmonía.
Solo importa lo que somos capaces de regalar a los demás, de aportar, de enseñar y de aprender.
Y para mi escribir es eso.
Escribir es la mejor manera que conozco de compartir algo íntimo y vital con la esperanza de que alguien, en algún momento, obtenga algo de ello o, al menos, le ayude a pasar unos instantes agradables.
Quizás tan solo sea por vanidad.
Quizás tan solo sea porque hace que me sienta útil.
¿Quién sabe?
Solo sé que nunca debería haberme ido.
Pero también sé que nunca es tarde para volver.