domingo, 12 de febrero de 2017

DESDE MI ATALAYA

Me proyecto hacia adelante desde mi atalaya imposible y caigo al ingrávido vacío que se extiende y me rodea en su infinito y frío manto de oscuridad.
Rodeado de titilantes estrellas, perdido entre gigantescas constelaciones, azotado por dementes meteoritos y caprichosos cometas, mi cuerpo pende desmadejado a merced de los elementos, flotando a la deriva en el negro tapiz del cosmos.
Allí, en los confines del universo, en el vórtice del acontecer, en los pliegues del anverso de la realidad, enredado en las costuras del tiempo, en la herida de la cuarta dimensión, fluyo disfrutando del espectáculo que discurre ante mis ojos.
Allí arriba los tres silencios me envuelven: el denso y sepulcral peso del hondo vacío sin aire, eco ni memoria, el del lento, eterno y mudo rechinar del engranaje cósmico en movimiento y el más sutil y peor de todos, el oscuro, sombrío y acre silencio de mi soledad que envuelve y agranda a los otros dos.
Me dejo llevar unos instantes más perdido en mis sueños y mis recuerdos mientras todo se agita en su quietud.
El instante se prolonga dolorosamente retrasando lo ineludible.
Respiro y me pierdo poco a poco en mi interior, descendiendo hacia mi alma, alejándome hacia todas partes al mismo tiempo, realizando una vez más el viejo truco de magia que me enseñó mi padre. Y a cada paso mi esencia se concreta y se difumina más a la vez. Y a cada latido me pierdo más en mí mismo para dejar de ser yo y ser otros, ser todos ellos.
Ahora oigo perfectamente el rumor de millones de almas pertenecientes a seres, razas y especies diferentes que se agitan en mi mente. Ahora yo formo parte de ese murmullo. Mi voz se suma a esas gargantas que cantan una ancestral tonada al unísono, que reverbera desde las cuatro esquinas de la creación e inunda el vacío con su eco atronador.
Y antes de perderme en ese todo tomo el diminuto sol que anida en lo más recóndito de mi ser en mis manos y le susurro que brille por y para todos.
Y el diminuto astro plateado se agita y se enciende desde dentro y explota en una halo blanco y brillante que se expande hasta el infinito como una onda imposible y cegadora, propagando por doquier su ambarina calidez.

Y mi esencia se pierde tras la estela de la blanca luz, inabarcable, indómita, sanadora.

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