sábado, 5 de noviembre de 2016

EL CALOR QUE FUNDE LA NIEVE

La nieve cae en mi alma, perdida entre las nieblas de desánimo, ahogada entre las sombras de las dudas y el miedo, sepultada bajo su ígneo manto que crece y crece mientras las tinieblas lo invaden todo y me precipitan hacia la abyecta oscuridad, que aguarda, expectante, al tiempo que mi ser se congela allí dentro.
Intento guarecerme de la nevada pero no puedo. Allí no hay nada bajo lo que protegerme, ningún sitio donde ocultarme y esperar a que amaine la tormenta blanca. Allí dentro solo hay ese blanco infernal y brillante. Y la soledad. Esa inquietante soledad.
Intento salir de ahí pero no sé cómo hacerlo. Solo hay blanco sobre blanco a mí alrededor. Y ese blanco lo envuelve todo, incluso a mí.
Y a cada paso me hundo más en la esponjosa y traicionera nieve. Y a cada paso estoy más lejos de poder salir de ella, de salvarme, de recobrar mi esencia perdida.
La culpa me golpea las sienes, el temor aprieta mi corazón, el miedo atenaza mi cerebro. El frío hiela mi alma.
Y la vida continúa en algún sitio mientras yo me hundo cada vez más en mi blanca prisión, encerrado en mí mismo.
Grito con todas mis fuerzas pidiendo ayuda y los ecos desafinados reverberan en el blanco elemento multiplicando mi lamento.
Me hundo un poco más en la nieve.
La nevada continúa.
Tengo frío. Mucho frío. Hace un helor insoportable allí dentro.
Al fin, un rumor rompe el silencio. Apenas un leve murmullo. El ruido del aleteo de una mariposa que revolotea de flor en flor.
A lo lejos un punto negro se dibuja de pronto, extraño y sin sentido en ese blanco lienzo monocromo.
El punto se agranda y de él nace un cuervo de negro pelaje ralo y ojos carbón que refulgen en la nieve como ascuas candentes.
El ave se acerca y agranda a intervalos, de manera irregular, como una extraña nave oxidada avanzando entre la tormenta.
Se posa en mi hombro y me escruta desde esos pozos negros que de pronto parecen albergar una inusitada actividad en su interior. Me mira y nuestros ojos parecen conectarse de alguna manera durante unos segundos, congelando el tiempo, dejando fuera de él la tormenta, el miedo, las dudas, la angustia y el dolor. Y en su pico obstinado se dibuja una sonrisa mientras noto como un calor emana de mi cuerpo, de mi corazón, de mi alma.
Y el momento fenece y se pierde en los pliegues del acontecer. La magia se diluye.
Y de pronto hay un ejército de cuervos posados en mis hombros, en mi cabeza, en mis brazos extendidos. Y todos me miran. Y todos sonríen.
Y el calor aumenta.
Y la nieve empieza a fundirse.
La de fuera y la de dentro.
Y en unos minutos ya estoy libre.
Y los cuervos empiezan a marcharse lentamente hasta que solo queda uno, el primero.
Nuestras miradas se encuentran de nuevo. Su voz rasposa, poco acostumbrada a exhibirse, suena en mi mente para decir que el calor siempre ha estado allí dentro, en mí. Solo tenías que asomarte dentro y llamarlo, comenta antes de levantar el vuelo.
Aguardo unos momentos allí parado mientras sus palabras se pierden en mi cabeza.
Ya no tiene sentido permanecer más tiempo allí.
Y silbando, notando el calor corriendo por mis venas empiezo a caminar.




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